Los vapores inundaban la habitación mientras la pequeña bruja removía el caldero hirviendo subida en un taburete.
La torre, de composición circular, sólamente tenía una ventana, pero la profesora no le dejaba abrirla.
-Debemos ser discretas.
Había dicho, justo antes de empezar el examen.
Nina no la había contradecido, pero estaba segura de que si dejaran escapar un poquito aquellos gases, dejarían las dos de toser. De todas formas, la ventana, con cristales gruesos cortados en rombos por la madera oscura que los atravesaban, estaba demasiado alta para que ella la alcanzara sin ayuda de una escalera de siete peldaños.
Su profesora era alta y delgada, y siempre vestía con faldas. Cuando trabajaban con pociones, utilizaba un delantal gris, pero ni siquiera aquella pieza descolorida de ropa le quitaba elegancia. Se colocó bien las gafas mientras repasaba el libro que tenía en las manos y lo acercaba a la vela, intentando rescatar un poco de luz entre tanto vapor.
Nina continuó removiendo el caldero, que burbujeaba con violencia. Tenía la sensación de que, en aquella estancia, todo era demasiado grande para ella, excepto el espacio. El caldero era enorme, la pala con la que removía era tan grande y gruesa que debía usar sus dos manos y toda la fuerza de sus brazos. Había una mesa detrás de ella abarrotada de pergaminos, una bola del mundo, libros viejos y pipetas. Enfrente, la profesora se apoyaba en otra mesa también repleta de todo tipo de cofres con plantas, jarrones, más pergaminos y libros, amuletos con cadenas, llaves... y hasta los restos de un almuerzo que habían consistido en manzanas y queso. Ambas mesas se curvaban en sus esquinas para amoldarse a la pared circular de la torre.
La pequeña bruja dejó de remover cuando las burbujas empezaron a ser de color dorado, y corrió a la mesa de la profesora a por un saquito de semillas. Agitó sus brazos para quitar de ellos el peso de la pala e intentar aligerarlos. La profesora la observó por encima de las gafas, apoyada todavía en la mesa, y con una sonrisita de aprovación.
Nina echó las semillas, se subió al taburete y removió tres veces hacia el sentido de las agujas del reloj y siete hacia el otro. Cuando el líquido se tornó de una textura espesa y dorada, apagó el fuego y se apartó un mechón de pelo de la cara. El gorro de bruja y las capas de ropa que llevaba no ayudaban en absoluto a respirar entre el calor del fuego y los vapores.
La profesora echó un vistazo al contenido del caldero y asintió satisfactoriamente.
-Te has acordado de las semillas, Nina. Muy bien. ¿Qué hubiera pasado de haberlas olvidado?
-La poción se habría vuelto dorada igualmente, haciéndome pensar que era correcta, pero su textura habría sido completamente líquida y su función completamente abortada. Las semillas permiten que la tela absorba el elemento invisible.
-Perfecto -asintió la profesora, anotando algo en un cuaderno-. Sin semillas, no vas a conseguir crear ninguna capa de invisibilidad, que es lo que queremos.
Nina colocó las manos detrás de la espalda, sacando pecho. Estaba orgullosa de no haber manchado su delantal ni con una sola gota. Seguro que eso subía puntos. La pulcritud era una habilidad que la profesora tenía muy en cuenta; decía que una bruja limpia era una bruja invisible para el mundo. Nina creía que tenía razón. La mujer, alta y delgada como un junco, dejó el libro en la mesa y sonrió.
-Ya estás preparada -dijo-. El lunes que viene podrás presentarte al examen oficial, y podré enseñarte los secretos más recónditos de una bruja.
Nina sintió que el pecho le iba a estallar de felicidad, pero no gritó, ni saltó de alegría, ni la abrazó. Sabía que su tutora no lo aprobaría. Sabía que ella era su favorita, y quería que siguiera así.
-Ya puedes ir a tu dormitorio y contarles a tus compañeras de cuarto las buenas noticias.
Nina salió de la torre con una sonrisa enorme en el rostro. Dejó el delantal en la percha que había junto a la entrada y bajó las escaleras circulares volando. Pronto sería una bruja de verdad. Era más lista que todas las brujas que vivían allí. De hecho, la profesora la había aceptado dos años antes de lo que era normal. Ella tan sólo tenía ocho años. Y estaba enamorada de su vida.
Ella era una bruja.